Páramo en la región Piura. Foto: Andina |
No existe una definición “oficial” de “cabecera” de cuenca (mejor que decir “cuenca de cabecera”).
La cabecera de cuenca hace referencia en particular a las partes más
altas de las cuencas que reciben agua por neblina, lluvia, nieve,
granizo y que además tienen el potencial de retener y acumular
agua en forma de glaciares, nieve, humedales (bofedales) y agua
subterránea. Para ello, en las nacientes de cauces naturales,
deben existir condiciones propicias como glaciares, nevadas o zonas más
planas o de posibles almacenamientos superficiales y subterráneos.
A partir de estas zonas nacen los cursos de agua o afloramientos de
agua subterránea (manantiales, puquiales). La doble condición de zona más alta de la cuenca (combinación de elevaciones mayores con pie de monte mas plano)
donde hay glaciares y nieve, hay lagunas y bofedales y zonas planas con
turba, donde generalmente ocurren más precipitaciones precisamente por
la altura sobre el nivel del mar y los obstáculos que pone una cadena de
montaña y el clima más frío, que induce la precipitación, combinado con áreas capaces de captar y regular en forma natural la descarga de agua, es lo que lo convierte en un lugar importante como fuente segura de agua de buena calidad en las alturas.
La denominación cabecera de cuenca (agregarle húmeda quizás)
debería ser solo para las partes altas de las cuencas que cumplen con
esas condiciones. El término deriva del inglés “Headwater”,
lugar más lejano con relación a la desembocadura, donde nace o parte un
cauce o río sea permanente o intermitente. No necesariamente es un
lugar con abundante capacidad de captación y retención de agua, ya que a
veces afluentes más cortos al mismo cauce aportan más caudal que el más
alejado físicamente.
En práctica todas las cuencas tienen cabecera, de allí la
confusión. Porque de lo que se trata es aplicar el concepto solo para
aquellas que tienen condiciones naturales de retención de agua (humedad)
y de creación de ecosistemas únicos y, por lo tanto, al ser zonas más
sensibles, deben ser intervenidas bajo severas condiciones de protección
y futura posibilidad de recuperación de las condiciones iniciales o
mejores.
Las jalcas y páramos (como se conoce en Cajamarca y Ecuador) o punas
en otros lugares, son las partes relativamente más altas pero
medianamente planas, ubicadas normalmente al pie de montañas de
elevaciones mayores de donde escurre el agua, con presencia de lagunas y
bofedales, así como de turba que convierte el suelo en esponja y que
regula la descarga de agua como si fuera un embalse natural y crea
ecosistemas únicos.
La alteración de estas fuentes naturales de retención se debe
compensar con infraestructura compleja o simple (ahora lo llaman de
cosecha del agua) y otra serie de medidas culturales y mecánicas de
larga tradición en el Perú. Debe ser obligatorio hacerlo para toda
intervención.
El termino cabecera de cuenca aplicado universalmente confunde.
Bastaría con referirse a cada zona que se debería proteger como
glaciares, humedales o bofedales, lagunas etc. Por otro lado, es
evidente que la mayoría de estos lugares ya está intervenido por
minería, caminos, trasvase de agua etc. De aplicarse una protección
rigurosa, no podría construirse ni un camino, ni hacer ningún trasvase
de agua, por ejemplo a Lima o Ica, y no solo aplicarlo a la minería.
Lo que es evidente es que toda intervención en una cuenca o territorio afecta el escurrimiento del agua.
No hay intervención sin cicatrices y por lo tanto el desafío es cómo
hacerlo y poder mantener o recuperar luego las condiciones naturales y
los ecosistemas. Todos intervenimos en las cuencas de una forma u otra
construyendo caminos, viviendas, cultivando, extrayendo áridos y
minerales, trasvasando agua, etc. Si no podemos hacerlo bien, solo nos
queda volver a la edad de piedra.
Lo importante es poder compensar el efecto de las
intervenciones y poder recuperar los ecosistemas una vez terminada la
intervención. La construcción de andenes es la demostración de
convivencia entre intervenciones y compensación de efectos negativos por
eliminar la vegetación natural. Por ello, las gestiones de las
intervenciones en las cuencas deben ser muy cuidadosas al hacerlo,
estableciendo las medidas compensatorias para la naturaleza y tener
programas de cierre de faenas que se cumplan.
Lamentablemente, las herencias nefastas de lagunas contaminadas,
pérdida de manantiales, abandono de relaves, entre otros, han hecho que
la minería represente un alto riesgo y ello ha generado un temor real.
Hasta hoy perduran las amenazas de intervenciones que nunca compensaron
los efectos negativos. Pero por otro lado, la minería es necesaria y por
ello los mineros tienen un desafío mayor al realizar sus actividades,
adoptando las medidas del caso. Cada intervención es un reto mayor.
Se puede decir que la “cabecera de cuenca”, tal como lo interpretan
los que acuñaron esta terminología, termina cuando las pendientes de los
cauces se hacen abruptas (parte media de una cuenca alta) y se pierde
esa zona más plana, si la hubiera, de la curva hipsométrica. Pero
en la práctica, hay que tomar las medidas de intervención con
compensación, evitando los impactos ambientales y sociales negativos en
toda la cuenca y no solo en la parte alta.
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